MUERTE EN EL NILO

En 1937, Agatha Christie publicó una de sus novelas más significativas: Muerte en el Nilo. Ofrecía en ella pasión devoradora, escenarios de un exotismo mítico y ligeros apuntes históricos, económicos y sociales dignos de su enorme capacidad de observación (familias arruinadas tras el crash de 1929; enlaces matrimoniales solo articulados por el dinero; conciencia de clase alta y, sobre todo, el sempiterno mortal dolor amoroso).
Quizá por la suntuosidad de esos escenarios, con las pirámides egipcias como eje, y el hecho de que no resultase barato ambientar la historia en semejantes localizaciones, Muerte en el Nilo solo había sido adaptada al cine una vez en 1978, en una de esas producciones tan habituales en aquella épocaa, cargadas de estrellas venidas a menos y dirigidas por realizadores que también habían vivido tiempos mejores.
Tras bastante tiempo sin que Hollywood se preocupara de los relatos de Christie, Asesinato en el Orient Express se recuperó en el 2017 aquellas formas de fines de los setenta y Kenneth Branagh, se hizo cargo de la dirección y del protagonismo, junto a otras estrellas. Branagh que ya demostró que podía ser un excelente Hércules Poirot, en esta Muerte en el Nilo (USA 127 min) se supera. Huyendo del arquetipo más engolado del detective, le aporta una carga especial: la pérdida del amor acarrea la autodestrucción personal. Ello le lleva a hacer un prólogo dedicado a su personaje, inexistente en la novela, y a filmar a sus criaturas a través de una puesta en escena que pone especial cuidado en las interpretaciones -Kenneth Branagh, Gal Gadot, Armie Hammer, Annette Bening y restantes intérpretes actúan bien-, además en ese desconsuelo romántico y en las cicatrices del amor. Sin embargo, aunque el film cumple satisfactoriamente con lo que promete -el entretenimiento y la intriga del género ¿quién lo hizo?, además del aparente lujo de una superproducción-, en las tomas de exterior está a punto de derrumbarse por culpa de unos horrendos planos con croma, indignos de un film de este calibre.
Alfonso Esponera Cerdán o.p.
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